EL GRADO DE APRENDIZ O EL ENCUENTRO
CON UNO MISMO
«Tenemos en nuestra sociedad
tres clases de hermanos: los novicios o aprendices, los compañeros o
profesos, los maestros o adeptos…. A los primeros se les enseñan las
virtudes morales o filantrópicas, a los segundos las virtudes heroicas
o intelectuales, a los últimos las verdades sobrenaturales o divinas»
(El caballero Ramsay, carta dirigida al Marqués de Caumont en 1737).
Según algunos textos de la época, el
objetivo de la iniciación consistía en hacer tomar conciencia de lo
efímero de la vida y de la misión que el hombre tenía sobre la tierra.
Con la permanencia en la cámara de reflexiones se quería simbolizar
que el hombre llegaba a la masonería desde una sociedad profana en la
que reinaba la envidia, la vanidad, la discordia y otras pasiones que
le esclavizaban, por lo que debía librarse de esas deformaciones con
la ayuda de la ciencia, la virtud y el trabajo y así alcanzar la
libertad, sinónimo de felicidad.
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Recepción
del candidato a la iniciación en el siglo XVIII |
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El efecto psicológico que se ejercía sobre el neófito en la cámara de
reflexiones era sumamente importante para que la iniciación fuera
eficaz, la ceremonia de iniciación debía turbarle. La iniciación
tendía transformar radicalmente su ser, de suerte que tras haber
sufrido y vencido no fuera el mismo que antes.
Tras esta primera etapa el recipiendiario, con los ojos vendados, era conducido al templo. Además
debía llevar desnudos la pierna derecha y el brazo y la parte
izquierda del pecho. Esta apariencia física indicaba la necesidad de
despojar al hombre de sus preocupaciones y falsas ideas, para
revestirlo de un alma nueva y de nuevos sentimientos. Significaba que
el hombre no era casi nada sin el auxilio de sus semejantes; y que no
eran necesarios los vestidos y el dinero sino, la virtud. Con ella el
hombre adquiría verdadera forma humana. Pero además de esa manera de
ir vestido cercenaba su arrogancia e instintivamente le hacía
volverse hacia sí mismo, acentuaba la posibilidad de percibir
sensaciones a través del sentido del tacto.
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Admisión de un profano al modo
tradicional, vendado, semivestido y semidesnudo (inicio XIX) |
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El tener inutilizada la vista hasta el
final de la ceremonia de iniciación aumentaba la concentración y la
capacidad de escucha, obligando a prestar atención principal a las
percepciones captadas por otros sentidos, como el gusto y el tacto. El
lenguaje oral se convertía en la vía preeminente de transmisión de
mensajes y el oído en el sentido básico para la orientación. El
Venerable explicaba al neófito invidente que la venda servía «para
dirigir la vista hacia la propia conciencia» y que ésta era «la luz
interior que nos iluminaba acerca de nuestros deberes».
En las condiciones físicas
descritas el candidato realizaba tres viajes consecutivos alrededor de
la logia. En el primero el aire figuraría como elemento
simbólico central y en los siguientes lo serían el agua y el
fuego sucesivamente.
Durante el primer viaje, bajo
la impresión del estrepitoso ruido producido intencionadamente por los
hermanos participantes en la iniciación, el neófito tropezaba con
numerosos obstáculos colocados a su paso, que, a oscuras como estaba,
sólo podía salvar con la ayuda del Experto. A continuación el
Venerable, tras preguntar sus impresiones al neófito, le impartía una
breve lección magistral como la siguiente: «Este viaje presenta el
conjunto de pasiones, guerras, traiciones y desgracias que turban la
paz del mundo profano de donde venís; los obstáculos que habéis
encontrado en el camino habrán traído a vuestra memoria las infinitas
dificultades que se presentan al hombre en el logro de sus mejores
propósitos; las luchas interminables que ha de sostener para librarse
de los venenosos halagos del vicio; la confusión y el desorden que
siembran por la tierra las ambiciones y envidias cuando no se sienten
satisfechas en sus deseos. He aquí el estado de la sociedad a la que
pertenecéis. ¡Sólo ofrece al hombre virtuoso el espectáculo horrible
de las continuas agitaciones del desenfreno, del privilegio y del
error! En la Masonería todo cambia. La paz y la armonía reinan en ella
y la virtud regula sus acciones» (C. Ruiz, Ritual del Aprendiz…, o.
c., pp. 47-48). Esta interpretación se repetía, casi al pie de la
letra, en otros rituales localizados (por ejemplo, Orestes, Manual...,
o. c., pp. 37-38).
El primer viaje venía a
representar el espacio sentido por el hombre en su quehacer
diario. El hombre andaba ciego ante los desequilibrios sociales y sólo
la virtud podía restablecer el reinado de la armonía y de la paz. Pero
para alcanzarlas era necesario lograr primero la armonía individual,
por eso se imponía un enfrentamiento consigo mismo para purificarse.
Este objetivo, que debía perseguirse durante toda la vida, exigía una
inquebrantable fuerza de voluntad. La fotografía de la ética
individual encajaba con la imagen del negativo descrita en el tipo de
vicios a rechazar: el orgullo y la vanidad, la avaricia, la envidia,
la cólera, la gula, la lujuria y la pereza.
El segundo viaje se realizaba
con menos ruidos y obstáculos que el anterior. Los únicos sonidos que
se podían percibir eran los producidos por algunos rumores sordos o
por algunos chasquidos o cimbreos de espadas. El viaje se coronaba
haciendo sumergir al recipiendiario las manos en una vasija con agua,
a modo de purificación simbólica. En este viaje se resaltaba la
importancia de la tenacidad en la práctica del bien y representaba el
abandono de las doctrinas erróneas: «Habéis hecho este viaje más
rápidamente que el anterior, escasos obstáculos se han opuesto a
vuestra marcha y los habéis vencido con gran facilidad: esto os
representa las ventajas que obtiene el hombre cuando es constante en
sus propósitos. Habéis sido purificado por el agua: procurad que este
agua borre cuantas preocupaciones y erróneas doctrinas abriguéis» (C.
Ruiz , Ritual del Aprendiz…, o. c., pp. 52).
Después de la purificación por el
agua, y antes de comenzar el tercer viaje, se solía someter al
candidato a la prueba moral de la sangre y del hierro candente. El
objeto de la misma era pulsar su capacidad de entrega y mostrar la
aversión de la masonería hacia la violencia. De nuevo se provocaba la
turbación del neófito y se le asociaba la percepción física al
concepto moral: «Ahora necesitamos extraeros una pequeña cantidad de
sangre para que firméis con ella vuestra promesa de fidelidad. ¿Estáis
dispuesto a sufrir dicho dolor? ». Tras una breve simulación en la que
el Venerable ordenaba a un hermano extraer sangre del candidato, el
resto de hermanos pedían clemencia, gracia que era concedida. El
Venerable continuaba: «Los aquí reunidos creen que vuestra sangre debe
conservarse para mejores fines; vemos que no tenéis inconveniente en
prestarla, y esto nos prueba vuestra generosidad. Por otra parte, la
Masonería aborrece el derramamiento de sangre y busca por todos los
medios desarraigar los errores y fanatismos que ensangrientan la
tierra» (C. Ruiz , Ritual del Aprendiz…, o. c., pp. 53). A
continuación el Venerable preguntaba al candidato a si estaba
dispuesto a ser marcado en su cuerpo con un hierro candente. Ante una
nueva petición de gracia por parte de la logia, continuaba: «No
necesitareis ninguna señal sobre vuestro cuerpo para que los masones
que pueblan la tierra os reconozcan todos como Hermano; vuestras
nobles acciones, vuestra lealtad, vuestro amor a la causa de la
justicia, les mostrará siempre que los sois» (C. Ruiz , Ritual del
Aprendiz…, o. c., pp. 54).
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Escena
de la retirada de la venda y de la visión de la luz mediante licopodio según
dibujo de Johann Georg Beck, 1848 |
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En el tercer y último viaje,
realizado ya sin ruidos ni obstáculos, se conducía al recipiendiario
cerca de una llama hasta hacerle sentir el calor del fuego con cierta
intensidad, pero sin quemarle: «Caballero, estas llamas que acabáis de
atravesar os indican que al masón no le arredran las persecuciones y
suplicios que pueda sufrir por la predicación constante de la verdad.
En este viaje no habéis encontrado ningún obstáculo; ya que llegáis al
fin de vuestra iniciación. Hasta aquí todo ha sido simbólico, ahora
empieza la realidad... Ojalá que este fuego material del que habéis
sido circundado, encienda para siempre en vuestro corazón el amor
hacia vuestros semejantes, y que la caridad presida vuestras obras y
palabras; no os olvidéis jamás de una moral tan sublime, moral común a
todas las naciones»(C. Ruiz , Ritual del Aprendiz…, o. c., pp.
55).
A continuación, y todavía en ausencia
de la vista, se iba a recurrir al sentido del gusto. Para tal efecto
se hacía beber al neófito de una copa de agua amarga y de otra de agua
dulce. El sentido de este gesto expresaba las amarguras debido al
egoísmo, pero reflejaba también la serenidad que procuraba la
conciencia satisfecha con el deber cumplido y la dicha que
proporcionaba la ayuda de los hermanos.
Seguidamente se procedía a efectuar el
juramento de no contar a ningún extraño los detalles del ritual y
ciertos signos de reconocimiento, algo que por otro lado era común a
otras sociedades iniciáticas. Tras la lectura del juramento hecha por
el Venerable, los hermanos participantes en la ceremonia pedían la luz
para el neófito. Inmediatamente se procedía a quitarle la venda y se
descubría rodeado de hermanos que le apuntaban con sus espadas hacia
el pecho desnudo.
A continuación el Experto
conducía al neófito al altar de los juramentos para que ratificase sus
promesas sobre las tres grandes luces de la masonería: la Biblia, la
Escuadra, y el Compás. Luego el Venerable proclamaba oficialmente al
neófito aprendiz masón, entregándole un par de guantes blancos y ciñiéndole un mandil, blanco también, símbolos del trabajo y de la
pureza de intenciones (C. Ruiz , Ritual del Aprendiz…, o. c.,
pp. 57). Por último se le comunicaban ciertos signos, palabras y
toques correspondientes al grado, que debía guardar en secreto.
Ahora bien, el trabajo
educativo intramasónico no terminaba en el rito de iniciación, sino
que, por el contrario, ésta constituían tan sólo el comienzo del
mismo. Los densos contenidos de la enseñanza esotérica debían ser
desmenuzados y comentados tras la experiencia iniciática. Para ello se
celebraban periódicamente las denominadas tenidas de instrucción o
reuniones de estudio de la doctrina masónica. El desarrollo de las
sesiones respondía a un esquema prefijado y durante el mismo los
participantes tenían ocasión de leer trabajos intelectuales, que eran
escuchados y debatidos posteriormente por el resto de la logia. En
las tenidas masónicas, en las que todo estaba reglamentado para
impedir abusos en el uso de la palabra y para educar en el diálogo y
en el respeto a las opiniones de los demás cuadro
aprendiz Alemania mitad XVIII.
Extractado de: Pedro Álvarez Lázaro S.
J. (Universidad pontifica de Comillas), La Masonería Escuela de
Formación del Ciudadano. La educación interna de los masones españoles
en el último tercio de siglo XIX, Madrid, 1996, pp. 202-223.
Bibliografía citada:
- A. Cassard, Manual de la Masonería.
El tejador de los Ritos Antiguo Escocés, Francés y de Adopción,
Barcelona, 1871.
- Orestes, Manual del Past´Master,
Madrid, 1871.
- C. Ruiz, Rito Escocés Antiguo y
Aceptado. Ritual del Aprendiz masón precedido por un breve estudio del
Grado, Madrid, s/f.
Planchas del grado de aprendiz:
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